La escalera era cada vez más estrecha, el techo cada vez más bajo, y el olor a humedad más intenso. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, quizá era la humedad, quizá era el miedo… Hasta qué punto conocía a aquel hombre, apenas dos encuentros bajo el viejo chopo. Aquellos ojos grises tras las rayadas gafas sonrieron con ternura a mi desconcierto. Era un día soleado y había ido a leer como de costumbre al parque que hay frente a la casa de la abuela. Un hombre entrado en años se acercó ¿Puedo sentarme? Me limité a asentir. Dejó caer una bolsa blanca de lona y tuvo que hacer un gran esfuerzo para sentarse en el suelo. Llevaba una gastada camiseta color crema que tiempo atrás debió ser naranja, unos pantalones de lino grises y unas zapatillas de lona marrones. Tenía unas largas barbas canosas y el pelo enmarañado.
Yo le miraba esperando un comentario, una explicación… no sé… qué quería aquel hombre.
Me miró, sonrió, se tumbó en el suelo con los brazos bajo la cabeza y cerró los ojos. Respiraba profundamente, saboreando el aire que entraba en sus pulmones. Abrió los ojos, se incorporó y sacó de la bolsa un blog de dibujo. Parecía buscar algo en concreto. Lo puso sobre el césped. Era yo. Quién era ese hombre, qué quería, cómo que me había estado observando, por qué me había dibujado. Quería irme de allí, pero una parte de mi sentía una enorme curiosidad. El mismo sentimiento que estaba teniendo ahora. De vez en cuando miraba para atrás, sonreía y decía “ya queda poco”.
Bonito dibujo – me limité a decir
Sonreía. Sonreía y todo su rostro era paz y bondad. ¿Estaría chiflado? ¿Sería un artista loco?
Entonces empezó a hablar, dijo que le gustaba ver que había más gente a la que le gustaba leer en el parque, mezclar literatura y naturaleza; y que el libro que estaba leyendo le traía muchos recuerdos. Así me empezó a contar cómo salió adelante gracias a la literatura, cuando su vida atravesaba difíciles momentos.
Aquella noche apenas pude dormir, estaba deseando que llegase la siguiente tarde para volver bajo el chopo, esta vez, con la escusa de leer pero el deseo de escucharle. Ni siquiera sabía cómo se llamaba.
Pero al día siguiente no vino, ni tampoco al siguiente, ni al siguiente… Lamenté no haberme presentado siquiera.
Un día, bajo el chopo había un sobre enorme, y en antigua caligrafía: Para mi lectora favorita. Lo abrí y era el retrato que me enseñó de mí a carboncillo. Estaba firmado. Parece ser que se llamaba Anselmo.
Al día siguiente apareció y le agradecí el regalo. Estuvimos hablando toda la tarde y me invitó a acompañarle a un local de tertulias que frecuentaba. A mí me fascinó la idea y sin pensarlo acepté encantada.
De modo que… allí estaba. Sin saber muy bien qué había al fondo de las escaleras.
Atravesamos cortinas de seda en tonos violetas a modo de puerta, una sala… otra…, más puertas con cortinas de seda… y llegamos a una sala inmensa alumbrada por velas alargadas en bonitos candelabros en las paredes, una luz tenue y oscilante. El suelo completamente cubierto por mullidas alfombras y cojines bordados. Grupos de hombres y mujeres sentados en los cojines. Alguna que otra cachimba y libros, montones de libros apilados en el suelo y en manos de algunos. Unos que leían, otros que comentaban, todos escuchaban.
[[quizá lo continúe]]
lunes, 2 de febrero de 2009
(sin fecha para el bautizo de momento)
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1 huellas:
Impresionante. Si te vuelve la musa no dudes en continuarlo. Me ha encantado la frase introductoria y la forma de retomarlo unpos párrafos después
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