Con pinzas de algodón capturaba átomos de tiempo que cuidadosamente seleccionaba mientras caminaba por ese camino etéreo donde los aires a veces venían por detrás, ayudándole a avanzar, rodeando su cadera por la derecha y subiendo el frescor a su rostro; otras veces venían por delante, entonces se tenía que agarrar fielmente a sus raíces para no caer, y con uñas y dientes vencer esa muralla de aire.
[Al final todas las murallas son de aire]
Metía sus capturas en una pequeña cajita de madera que guardaba dentro del cuerpo, muy dentro, en el pecho, a la izquierda. Tantas eran las veces que se agitaban provocando incontrolados incendios, que poco quedaba ya de la caja. Una especie de orgullo masoquista se negaba a llamar a los bomberos, quizá engañado por el vapor que desprendían las letras cuando esto sucedía, quizá por miedo a enseñarles su quemada y amada cajita... Así, los átomos escapaban de excursión a un aquópolis de tinta roja causando escalofríos y llantos reprimidos. Unas veces, alegres; otras, nostálgicos; y otras, tan dolorosos, que la propia piel se daba la vuelta en un vano intento por desaparecer, por volver a nacer, por un, tan absurdo como deseado, volver a empezar.
1 huellas:
:)
PANDA
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