Me gusta caminar por las baldosas rotas de la estación. Me gusta recorrer sus cordilleras, debidas, probablemente, a una ola de calor que las hizo descentrarse del suelo dejando de leer la historia del pavimento. Me gusta sentirlas crujir bajo el peso de mi cuerpo; y llegar a la orilla donde las farolas no alcanzan ver, para sentir el silencioso agua en mis tobillos; solo, a lo lejos, un murmullo de gente de bancos de estación y relojes de muñeca rumbo a alguna parte.
jueves, 12 de junio de 2008
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